"A las cinco de la madrugada las campanas anunciaban el preludio de la desgracia"
Yo no soy de las generaciones que vivieron la tragedia, yo soy de los que viven de los recuerdos de padres y abuelos. Siempre he oído hablar de la riada, creo que desde que tengo uso de razón, desde que supe lo que era tener el sentimiento de pasarlo mal por el dolor de los demás. Ayer le pregunté a mamá (Mª Rosa): “¿cómo lo recuerdas?” y todavía a día de hoy los ojos se le llenan de lágrimas. Me decía que fue una noche horrible, que no le olvidará en toda su vida y de hecho hace casi 50 años y lo recuerda con toda serenidad.
Ella era una niña de tan sólo 10 años, me decía que sonó el teléfono en la madrugada, eran las monjas del casal de Ca n'oriol que llamaban a mi abuelo para que las fuera a ayudar, les estaba entrando agua por todas partes y se estaban inundando, él y mi tío fue hacia allí y mi madre se colocó en la cama con mi abuela. Dice que pasaron el rato rezando para que la familia llegase a buen puerto y que sentían a la gente como pasaba por la calle y que hablaban y hablaban pero que no entendían bien lo que decían. La noche era muy oscura y quedaba iluminada por un rayos impresionantes con un sonido de truenos que hacía estremecer. Al fin una de las conversaciones les aclaró lo que ocurría y todavía la angustia les hacía preocuparse mucho más por los suyos. A las cinco de la madrugada las campanas empezó a sonar, anunciaban el preludio de la desgracia. Mi abuelo y mi tío llegaron y enseguida ya bajaron a echar mano, la situación era desoladora, no quedaba nada, todo se lo había llevado el agua de antemano, poco había que rescatar, sólo quedaba ayudarle a recuperar.
Aún hoy me dice los muchos de aquellos que se fueron, me comenta que mi tío perdió amigos de escuela, jóvenes que tenían una vida de antemano y muchos sueños que cumplir, que mi abuelo tenía muchos conocidos y también trabajadores, gente que había venido a buscar un futuro mejor para los suyos y encontraron la muerte. Dice que estuvo mucho tiempo que cada vez que oía el sonido de una ambulancia se encogía toda ella, que llegó un punto que eran los camiones los que cargaban detrás en la caja, ya que no se daba en el alcance. Había casas en las que no quedó nadie y en otras quedaba el pobre que debería llorarles toda la vida y preguntarse porqué él no. Siempre queda un balance de una desgracia y nunca es positivo. A veces cuando paso por el puente de la riera lo intento imaginar y no me hago cargo, la ves tan ancha, tan vacía y tan tranquila que crees que nunca ha roto un plato. O cuando oigo a gente mayor que habla de qué lluvia hizo ayer, cómo debía bajar la riera; parece mentira cómo les puede marcar una tragedia y siempre tienen, darse cuenta, un recuerdo para los que se fueron.